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Es de héroes sonreír cuando el corazón llora !

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Siempre odié mis cumpleaños. Supongo que porque es el festejo del día en que nací y últimamente estoy en contra de ese día. Desde chica, los detestaba. Me pasé la vida psico-somatizando cumpleaños y demás situaciones desfavorables para mi sanidad mental. Que quede claro: odio mis cumpleaños, los ajenos me divierten. Cuando era muy chica, Mamá quería festejarme todos los cumpleaños con compañeritos a los cuales no me unía ningún lazo de ningún tipo. En cada uno me pasaba algo antes de que llegasen los invitados: en los últimos vomité y volé de fiebre. Y como el ave fénix, cuando se iba el último invitado se me pasaba todo y me sentía espléndida.
Siempre me la agarré con mi cuerpo para mostrarle a la gente lo que pensaba, lo que sentía o lo que no me animaba a decir (así también como lo que decía sin ser escuchada). Mi cumpleaños número dieciséis fue diferente del resto. No lo festejé, como es un clásico en mi vida, pero Alejandro y mis amigas fueron a visitarme. Pocas veces había estado tan contenta en un cumpleaños: Alejandro me condimentaba la vida con dulce veneno. Aunque estábamos peleados por la venida de Cecilia y otros temas, Alejandro viajó y me vino a ver. Yo estaba feliz y aún así, no estaba conforme. Algo muy fuerte pasaba adentro mío: el estúpido sentimiento de desesperación, de abandono. Alejandro no me estaba abandonando, pero en cada uno de sus emails yo lograba decodificar la misma frase “me estoy peleando con vos despacito, casi sin que te des cuenta y cuando abras los ojos ya no voy a estar”. Miedo al abandono. Soy abandonada por todos: amigas, padres, novio, profesores. Todos me abandonan, ¿por qué Alejandro no lo haría? Estaba esperando amargamente el día en que no volviera jamás. Eventualmente llegó ese día, pero antes, algunas codificaciones más.

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